Cada lengua en su olfato: ¿Es realmente torpe el hombre nombrando olores?

Benamí Barros García (a) y Francisco Claro Izaguirre (b)
(a) Grupo de investigación “Estudios en Filología eslava”, Universidad de Granada, España, y European Humanities Research Centre, University of Oxford, UK
(b) Dept. de Psicobiología, UNED, España

(cc) Pedro Riberiro Simoes.

(cc) Pedro Riberiro Simoes.

Probemos a decir a qué huele la carne cruda o cómo es algo que huele a viejo. Se ha asumido durante mucho tiempo que el ser humano es torpe nombrando olores y expresando sus cualidades abstractas. Recientes estudios sobre el jahai y el maniq, lenguas habladas por pequeñas comunidades del sudeste asiático, ponen en duda la inefabilidad de los olores como característica universal, a la vez que podrían aportar ideas en el estudio de los mecanismos de la percepción en su relación con el lenguaje.

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Resulta intrigante la ausencia de palabras referidas a cualidades abstractas de las sensaciones olfatorias. En castellano, inglés y otras lenguas europeas podemos nombrar colores, sabores, tonos o texturas de los objetos que percibimos, pero carecemos de términos para referirnos a las cualidades de la percepción olfativa más allá de una escala afectiva entre “fragante” y “hediondo”, cruzada por otra escala de intensidad entre “mucho” y “nada”. Además, para nombrar las sensaciones olfatorias utilizamos el nombre del objeto o la clase de objetos de los que se desprende el aroma (“olor a gasolina”, “olor floral”, etc.) y a veces nombres propios, como “Chanel nº 5”, que nombran tanto el objeto (el líquido contenido en un frasco) como la impresión de sus efluvios en el olfato.

Algunos estudiosos de la neurobiología del olfato (Wilson y Stevenson, 2006; Morgado, 2012) señalan que el olfato es un sentido sintético, no analítico, cuya función es informar de qué desprende el olor y no de sus detalles, labor que correspondería a los otros sistemas sensoriales. Por eso no tendría sentido inventar palabras para nombrar sensaciones con una correspondencia unívoca con objetos que ya tienen nombre, conclusión apuntada en algunos estudios culturales (p.ej., Classen y col., 1994). Nuestra arquitectura cerebral nos permitiría decir “cielo azul”, “piel suave”, “voz grave” y “agua salada” y darlo a entender, pero, aparentemente, estaría fuera de nuestras posibilidades lograr algo parecido con un percepto olfativo.

Sin embargo, trabajos recientes de Asifa Majid y sus colegas muestran que el vocabulario olfatorio de las lenguas jahai y maniq, habladas respectivamente por comunidades nómadas de unos 2000 hablantes en la frontera entre Tailandia y Malasia, y 300 hablantes del sur de Tailandia, es radicalmente diferente del observado en lenguas europeas, y apuntan contra la universalidad de la pobreza léxica para nombrar olores y describir sus cualidades abstractas. Estos datos han reavivado el análisis interlingüístico de repertorios léxicos y campos semánticos del olfato (p.ej., San Roque y col., 2015).

En jahai existe una docena de términos para referirse a cualidades de percepciones olfatorias (Majid y Burenhult, 2014). La palabra “cηεs” califica “el olor a gasolina, humo, excrementos y cuevas de murciélagos, algunas especies de milípedos, raíz de jengibre, madera de mango” (Majid y Burenhult, 2014, p. 267), y podría traducirse como la cualidad de lo que huele de forma aguda o punzante. “P?us” sería la cualidad de lo que huele a humedad o a antiguo, y se aplica a casas viejas, hongos, comida rancia y algunas pieles o plumas. Esas palabras olfatorias “básicas” en jahai refieren cualidades abstractas de olores procedentes de grupos amplios de objetos y son independientes del nombre de éstos. Al comparar la efectividad para codificar olores y colores entre hablantes de jahai e inglés, encuentran que el jahai es igualmente eficaz codificando colores y olores, y significativamente más eficaz codificando olores que el inglés, que, a diferencia del jahai, apenas emplea términos abstractos para ello. Asimismo, el jahai es menos eficaz que el inglés codificando colores, aunque es capaz de agruparlos de forma coherente, como hacen otras lenguas no alfabetizadas.

Al estudiar el vocabulario olfatorio de la lengua maniq, Wnuk y Majid (2014) encuentran semejanzas con la lengua jahai y sugieren un núcleo común para sus términos olfatorios; p.ej., “paleŋ” en maniq y “pl?eŋ” en jahai califican el olor de la sangre o de la carne cruda, y podrían traducirse como la cualidad de lo que huele a carne o a sangre, o “ha?ĩt” en maniq y “ha?ĕt” en jahai califican el olor de las heces o de la carne podrida. Mediante análisis factorial los autores proponen una estructura del léxico olfativo en maniq ajustada a dos factores, agradabilidad y peligrosidad, similar a las encontradas en otros trabajos sobre percepción olfativa en humanos y animales, y sugieren que el léxico olfativo del maniq estaría, por tanto, “reflejando la estructura del mundo” (Wnuk y Majid, 2014, p. 133).

Majid y su equipo urgen a revisar el dogma de la insignificancia del olfato humano, el concepto de inefabilidad de los olores (Levinson y Majid, 2014; Lycan, 2014), advierten del peligro de extrapolar los resultados obtenidos con hablantes de inglés a toda la humanidad y ponen en primer plano el relativismo lingüístico (del que varios artículos en esta revista se han hecho eco), así como el impacto de la cultura, y los nichos ecológicos y socioculturales sobre la experiencia lingüístico-perceptual (p.ej., de la Fuente et al., 2014).

El tiempo dirá si estos estudios son confirmados, mostrando que la abstracción referida a los olores no sólo es posible, sino que es realmente natural (condicionada por la cultura) en diferentes lenguas. En el marco de cómo acontece la interacción entre cultura, discurso y cognición, investigaciones como las de Majid y sus colegas pueden arrojar luz sobre las diferencias entre los sistemas sensoriales, reavivar el debate sobre las especificidades del olfato (Keller y Young, 2014) y, en suma, inscribir los avances en la comprensión del lenguaje dentro de los modelos de la percepción sensorial.

Referencias

Classen, C., Howes, D., y Synnott, A. (1994). Aroma: The cultural history of smell. London/NY: Routledge.

de la Fuente, J., Casasanto, D., Román, A., y Santiago, J. (2014). Can culture influence body-specific associations between space and valence? Cognitive Science. doi:10.1111/cogs.12177.

Keller, A., y Young, B. (2014). Olfactory consciousness across disciplines. Frontiers in Psychology, 5, 931.

Levinson, S., y Majid, A. (2014). Differential ineffability and the senses. Mind & Language, 29, 407-427.

Lycan, W. (2014). The intentionality of smell. Frontiers in Psychology, 5, 436.

Majid, A. y Burenhult, N. (2014). Odors are expressible in language, as long as you speak the right language. Cognition, 130, 266-270.

Morgado, I. (2012). Cómo percibimos el mundo. Barcelona: Ariel.

San Roque, L., Kendrick, K. H., Norcliffe, E., Brown, P., Defina, R., Dingemanse, M., Dirksmeyer, T., Enfield, N. J., Floyd, S., Hammond, J., Rossi, G., Tufvesson, S., Van Putten, S., y Majid, A. (2015). Vision verbs dominate in conversation across cultures, but the ranking of non-visual verbs varies. Cognitive Linguistics. doi: 10.1515/cog-2014-0089

Wilson, D. y Stevenson, R. (2006). Learning to smell. Baltimore: The John Hopkins University Press.

Wnuk, E., y Majid, A. (2014). Revisiting the limits of language: The odor lexicon of Maniq. Cognition, 131, 125-138.

Manuscrito recibido el 19 de enero de 2015.
Aceptado el 24 de febrero de 2015.

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