Belén Aranda-Martín (1), María Ángeles Ballesteros-Duperón (2) y Juan Lupiáñez (1)
(1) Dept. de Psicología Experimental y Centro de Investigación Mente Cerebro y Comportamiento, Universidad de Granada, España
(2) Dept. de Psicobiología y Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento, Universidad de Granada, España
Desde el nacimiento, los bebés muestran un interés especial por la mirada. Esta revela información sobre el pensamiento y el comportamiento de los demás, siendo una clave esencial en el desarrollo social. Pero, dado que otros estímulos no sociales, como las flechas, también orientan la atención, ¿qué hace tan especial a la mirada? Entender su singularidad y su trayectoria de desarrollo típico y atípico es crucial para comprender los procesos socio-cognitivos de interacción social. Aunque la mirada comparte la capacidad de orientación atencional con otros estímulos no sociales, esta produce efectos adicionales específicos que parecen surgir en la adolescencia temprana.
La mirada es un estímulo especial. En la poesía, la música y el refranero popular encontramos múltiples referencias en torno a esta idea; como apunta el proverbio, “los ojos son el espejo del alma”. Ciertamente, una mirada aporta información social muy valiosa. Sabemos que hacia donde se dirige la mirada del otro, también lo hará su intención y su comportamiento. Si durante una conversación en el rellano, nuestra vecina mira de repente hacia la escalera, probablemente, de forma casi automática, miraremos al mismo lugar. El interés por la mirada está presente desde el nacimiento. Los recién nacidos prefieren las caras con los ojos abiertos que les miran directamente que las mismas caras con los ojos cerrados o mirando hacia otro lado (Farroni y col., 2004). Esta sensibilidad resulta muy adaptativa para los bebés, cuya supervivencia depende de la interacción con los adultos.
Con el tiempo, la mirada se convierte en una clave atencional cada vez más precisa. Por ejemplo, los bebés de 6 meses siguen la mirada del adulto hacia los objetos. Sin embargo, si en su campo visual hay varios objetos similares, no identificarán a cuál estaba mirando. Unos meses más tarde, detectarán objetos incluso cuando están fuera de su campo visual (Butterworth y Jarrett, 1991). Estos avances aparentemente simples constituyen en realidad hitos evolutivos fundamentales y son la base de habilidades esenciales como la «atención conjunta» (Tomasello, 1995). Esta capacidad para compartir el foco atencional con otra persona es crucial para el desarrollo del lenguaje (Charman y col., 2000). Supongamos que queremos enseñarle a un bebé la palabra “perro”. Al ver al animal, lo miraremos o lo señalaremos mientras nos dirigimos al bebé diciendo: “¡un perro!”. La asociación de la palabra con el animal se verá condicionada por la habilidad del bebé para seguir la señal del adulto y atender al perro.
Todos estos datos parecen llevarnos a la misma conclusión: la mirada es una clave atencional especial. Su singularidad se ha puesto a prueba comparándola con otros estímulos no sociales, como las flechas, que también dirigen la atención hacia una dirección. Sorprendentemente, flechas y miradas producen efectos de orientación similares, facilitando por igual el procesamiento de los objetos a los que señalan o miran. Esto ha llevado a pensar que los mecanismos atencionales que entran en juego con la mirada son de dominio general. Pero, ¿y si la diferencia no reside en si una mirada orienta o no la atención, o cuánto la orienta, sino en cómo lo hace?
En la última década, se han encontrado diferencias cualitativas entre la mirada y las flechas en población adulta utilizando diversas tareas experimentales. Un claro ejemplo son las tareas de interferencia espacial (Figura 1), donde los participantes responden a qué dirección, derecha o izquierda, señalan las flechas o miran los ojos.
En general, las personas son más rápidas detectando la dirección de las flechas cuando esta es congruente con el lugar donde aparecen (p. ej., unas flechas apuntando a la derecha que aparecen a la derecha) que cuando es incongruente. Este efecto de congruencia, muy consolidado en psicología experimental, se revierte cuando se presentan ojos en lugar de flechas, respondiéndose más lentamente a la mirada congruente que a la incongruente (Figura 2; Cañadas y Lupiáñez, 2012).
El efecto de congruencia revertida podría explicarse por la capacidad de la mirada no solo de guiar nuestra atención hacia una dirección, sino de transmitir intencionalidad, llevándonos a buscar activamente el objeto de interés de la persona que mira. Como se observa en la condición incongruente de la Figura 1, los ojos que miran al centro se dirigen al punto de fijación, compartiendo el foco atencional con el participante y facilitando la respuesta. Sin embargo, los ojos que miran hacia fuera podrían llevar al participante a buscar el objeto de atención más allá de donde aparecen los ojos. Durante nuestra conversación con la vecina, es posible que atendamos hacia la escalera buscando no sólo dónde mira, sino a qué mira. Quizás pensemos que otro vecino se aproxima, lo que nos distraería de la conversación. Si en lugar de los ojos de nuestra vecina, fuese una flecha la que señala la escalera, puede que nuestra atención recorriera el espacio sin seleccionar ningún punto concreto, es decir, no buscaríamos activamente a un segundo vecino y, por tanto, no nos distraeríamos tanto.
Conociendo la importancia de la mirada en el desarrollo temprano, sería esperable encontrar este efecto en la primera infancia. Sin embargo, un estudio reciente parece mostrar que no es así (Aranda-Martín y col., 2022). Como se representa en la Figura 3, los infantes de 4 años responden de forma similar a las flechas y a la mirada. El efecto revertido de la mirada surge paulatinamente, manifestándose de forma significativa a los 12 años. Aunque se trata de una edad inesperadamente tardía, otros efectos atencionales que también distinguen entre la mirada y las flechas surgen a edades parecidas (Jingling y col., 2015).
¿Por qué aparecen tan tarde estos procesos? ¿Qué sucede en estas edades? Aunque aún estamos lejos de dar una respuesta, sabemos que áreas cerebrales relacionadas con el procesamiento de la mirada, como el surco temporal superior, alcanzan su grosor máximo entre los 5 y los 11 años, período en el que, además, incrementan su actividad (Carter y Pelphrey, 2006). La madurez tardía de estas estructuras podría explicar la demora del procesamiento especializado de la mirada. Suponiendo que estos efectos atencionales reflejen el desarrollo de la atención social, ¿tendrán relación con otras variables socio-cognitivas como la Teoría de la Mente? Asimismo, ¿estarán presentes en personas con un procesamiento social atípico (p. ej., el trastorno del espectro autista)? Las respuestas a estas preguntas aportarán una mirada en profundidad a los mecanismos socio-cognitivos típicos y atípicos.
Referencias
Aranda-Martín, B., Ballesteros-Duperón, M. Á., y Lupiáñez, J. (2022). What gaze adds to arrows: Changes in attentional response to gaze versus arrows in childhood and adolescence. British Journal of Psychology. https://doi.org/10.1111/bjop.12552
Butterworth, G., y Jarrett, N. (1991). What minds have in common is space: Spatial mechanisms serving joint visual attention in infancy. British Journal of Developmental Psychology, 9, 55–72.
Cañadas, E., y Lupiáñez, J. (2012). Spatial interference between gaze direction and gaze location : A study on the eye contact effect. Quarterly Journal of Experimental Psychology, 65, 1586–1598.
Carter, E. J., y Pelphrey, K. A. (2006). School-aged children exhibit domain-specific responses to biological motion. Social Neuroscience, 1, 396–411.
Charman, T., Baron-Cohen, S., Swettenham, J., Baird, G., Cox, A., y Drew, A. (2000). Testing joint attention, imitation, and play as infancy precursors to language and theory of mind. Cognitive Development, 15, 481–498.
Farroni, T., Massaccesi, S., Pividori, D., y Johnson, M. H. (2004). Gaze following in newborns. Infancy, 5, 39–60.
Jingling, L., Lin, H. F., Tsai, C. J., y Lin, C. C. (2015). Development of inhibition of return for eye gaze in adolescents. Journal of Experimental Child Psychology, 137, 76–84.
Tomasello, M. (1995). Joint attention as social cognition. En C. Moore y P. J. Dunham (Eds.), Joint Attention: Its Origins and Role in Development (pp. 103–130). Lawrence Erlbaum Associates, Inc.
Manuscrito recibido el 22 de febrero de 2022.
Aceptado el 28 de abril de 2022.