Iván Moratilla Pérez y Francisco Javier Moreno Martínez
Dept. de Psicología Básica I, Universidad Nacional de Educación a Distancia, España

(cc) Bridget Rust.
El término “bullying” viene asociado, habitualmente, a un maltrato o acoso escolar que, dada la infiltración omnipresente de las nuevas tecnologías y redes sociales, persigue a la víctima mucho más allá de las propias aulas. Sin embargo, esta conducta nociva no es exclusiva de los entornos educativos y, con mayor frecuencia de lo que suele imaginarse, también se encuentra presente en el propio seno familiar. A pesar de que este fenómeno no suele ser denunciado ni por víctimas ni por allegados, algunos estudios sugieren que su prevalencia es ciertamente elevada, provocando angustia, depresión y alteraciones neurológicas, entre otros trastornos.
La familia es, en nuestra cultura, el espacio de protección, amor y bienestar que los menores necesitan como base para su desarrollo personal y psicosocial. Innumerables estructuras legales y sociales se fundamentan sobre esta premisa. Sin embargo, cuando este ámbito se vuelve disfuncional, se transforma en una tela de araña de la que el menor difícilmente puede escapar, pues está atado a ella no solo por vínculos legales, sino también sociales, personales y afectivos.
El bullying familiar constituye un comportamiento repetido en el que uno o más miembros de la familia utilizan su poder para perjudicar, controlar o intimidar a otro de sus miembros. Discernir entre una “pelea” natural y un caso de maltrato requiere entender ciertas características clave que los distinguen. De este modo, la competencia en el hogar o las pequeñas riñas ayudan a los niños a comprender mejor las emociones y puntos de vista de los demás, promoviendo sus habilidades sociales, el desarrollo de la empatía y la inteligencia emocional (Dunn, 1998). Sin embargo, el bullying familiar implica una dinámica de poder desigual, donde uno o varios miembros, ya sea progenitor o hermano/a, ejercen un control o una intimidación constante sobre otro, causándole miedo, ansiedad y afectando su bienestar emocional. Sus características básicas son:
- Intencionalidad. El bullying implica una pretensión deliberada de causar daño físico o emocional, mientras que las riñas suelen ser producto de desacuerdos momentáneos sin el objetivo específico de dañar al otro.
- Desigualdad de poder. En situaciones de bullying existe una clara asimetría de poder, donde un progenitor o un hermano/a ejercen el control por medio de fuerza física, manipulación emocional, menosprecio, humillación, crítica constante o maltrato psicológico.
- Roles definidos. En el bullying, los roles de agresor y víctima permanecen estables a lo largo del tiempo, lo que indica una dinámica reiterada y sistemática de abuso. Esta continuidad en los roles refleja una relación de poder excesivamente desigual, donde el agresor ejerce una dominación persistente sobre la víctima. En cambio, en las riñas ocasionales entre hermanos, o entre padres e hijos, no existe la misma estabilidad: los roles de poder pueden intercambiarse, en diferentes momentos de la convivencia, sin que se establezca una dominación prolongada e inamovible de uno sobre otro, lo que sugiere una interacción más equitativa.
- Normalización del abuso. En muchas familias, el bullying se minimiza o se percibe erróneamente como una parte normal del crecimiento, lo que perpetúa la dinámica de abuso. Esta normalización es menos común en las riñas ocasionales, que generalmente se resuelven sin una persistente justificación de los comportamientos agresivos (Caffaro, 2014).
- Frecuencia. El bullying ocurre de forma repetida, mantenida y constante a lo largo del tiempo.
Según Wolke et al. (2015), a pesar de que muchos niños experimentan algún conflicto ocasional, hasta el 40% están expuestos a bullying continuado por parte de sus hermanos. Estudios recientes incluso lo cifran en torno al 50% (Cvancara et al., 2024). Los menores que sufren este tipo de maltrato tienen un riesgo significativamente mayor de desarrollar problemas de salud mental en la edad adulta como, por ejemplo, depresión, ansiedad y conductas autolíticas. A escala neurológica, la exposición prolongada al estrés derivado del conflicto familiar puede alterar el funcionamiento del eje hipotalámico-pituitario-adrenal, responsable de la respuesta al estrés en el organismo, deteriorando la memoria, la atención y la regulación emocional (Lupien et al., 2009). Estudios de neuroimagen muestran alteraciones en áreas como la amígdala, el hipocampo y la corteza prefrontal, lo que puede influir negativamente en procesos cognitivos tan importantes como el lenguaje, la planificación y el control de impulsos (Teicher et al., 2016).
Cuando los padres tratan a sus hijos de forma no equitativa, apoyándose inicuamente en factores como el género, el orden de nacimiento, o las personalidades individuales, pueden establecerse dinámicas disfuncionales que son absorbidas por los hijos, incidiendo críticamente en la manera en que se comportan. Por ejemplo, según señalan Bowes et al. (2014), los hermanos mayores tienden a ser los perpetradores de maltrato en gran parte de los casos, debido a una percepción exacerbada de superioridad que puede venir alentada por las propias expectativas parentales. Cuando el trato diferencial es percibido como excesivamente favorecedor de un hijo sobre otro, suelen aparecer sentimientos de inferioridad en los hermanos menos favorecidos, menoscabando su autoestima (Feinberg et al., 2012).
De forma genérica, el bullying familiar, ya sea entre hermanos o de padres a hijos, está mediado por procesos cognitivos como la atribución de intenciones hostiles, la formación de estereotipos y la internalización de roles. Así, un niño que es constantemente devaluado por sus padres puede desarrollar un sesgo de atención hacia críticas o señales de rechazo en otros contextos sociales, perpetuando durante la edad adulta un ciclo de victimización y auto-devaluación (Georgiou, 2008).
La denuncia de esta situación por parte del menor es poco probable, y la detección por parte de profesores, médicos o trabajadores sociales es una tarea tremendamente complicada, especialmente si no existen indicadores físicos evidentes que alerten sobre la presencia de maltrato. Esta coyuntura, por consiguiente, permanece en buena medida camuflada y, si bien se ha avanzado en la conciencia social acerca del maltrato a la mujer, resulta paradójico que esta conciencia no alcance con la misma intensidad y eficacia a los menores, personas mucho más vulnerables no solo por razón de género, sino por su edad y la asimetría de poder, lo que determina que puedan ser victimizados tanto por los varones de su entorno como, también, por la madre o las mujeres que los rodean (Herrera Moreno, 2008).
En conclusión, el bullying familiar se presenta como un problema que impacta significativamente sobre el desarrollo cognitivo y emocional de niños y adolescentes. Programas de intervención que promuevan relaciones familiares saludables, y que eduquen a los padres en la importancia de un trato equitativo, pueden ser fundamentales para prevenir el bullying en el hogar y sus consecuencias a largo plazo.
Referencias
Bowes, L., Wolke, D., Joinson, C., Lereya, S. T., & Lewis, G. (2014). Sibling bullying and risk of depression, anxiety, and self-harm: a prospective cohort study. Pediatrics, 134, e1032-9.
Caffaro, J. V. (2014). Sibling Abuse Trauma: Assessment and Intervention Strategies for Children, Families and Adults (2nd ed.). Routledge.
Cvancara, K., Kaal, E., Pörhölä, M., & Torres. M. B. (2024). Sibling bullying reported by emerging adults: profiling the prevalence, roles and form in a cross-country investigation. Acta Psychologica, 247, 104310.
Dunn, J. (1998). Siblings, Emotion, and Development of Understanding. Cambridge University Press.
Feinberg, M. E., Solmeyer, A. R., & McHale, S. M. (2012). The third rail of family systems: Sibling relationships, mental and behavioral health, and preventive intervention in childhood and adolescence. Clinical Child and Family Psychology Review, 15, 43-57.
Georgiou, S. N. (2008). Parental style and child bullying and victimization experiences at school. Social Psychology of Education: An International Journal, 11, 213-227.
Herrera Moreno, M. (coord.) (2008). Hostigamiento y Hábitat Social: Una Perspectiva Victimológica. Editorial Comares.
Lupien, S. J., McEwen, B. S., Gunnar, M. R., & Heim, C. (2009). Effects of stress throughout the lifespan on the brain, behaviour and cognition. Nature Reviews Neuroscience, 10, 434-445.
Teicher, M. H., Samson, J. A., Anderson, C. M., & Ohashi, K. (2016). The effects of childhood maltreatment on brain structure, function and connectivity. Nature Reviews Neuroscience, 17, 652-666.
Wolke, D., Tippett, N., & Dantchev, S. (2015). Bullying in the family: Sibling bullying. The Lancet Psychiatry, 2, 917-929.
Manuscrito recibido el 29 de septiembre de 2024.
Aceptado el 3 de noviembre de 2024.