Rocío Martínez Gutiérrez y Rosa Rodríguez Bailón
Departamento de Psicología Social y Metodología de las Ciencias del Comportamiento, Universidad de Granada, España
El mundo en el que vivimos es escenario de numerosas relaciones interpersonales, a menudo caracterizadas por la desigualdad existente entre sus protagonistas. Un gran número de personas son discriminadas debido a su pertenencia grupal. En este artículo planteamos los debates acerca de la relación existente entre las explicaciones que las personas discriminadas dan de su situación desfavorecida y las consecuencias psicológicas que dichas atribuciones pueden tener.
En nuestra sociedad existen grupos de personas que se diferencian en función del estatus, el prestigio, o el poder que poseen. Así, la desigualdad social es una las características definitorias del entorno en el que vivimos. Numerosas personas son discriminadas debido a que los grupos a los que pertenecen se encuentran desfavorecidos dentro de la jerarquía social imperante. Según Croker, Major y Steele (1998) estas personas pueden considerarse estigmatizadas en la medida que poseen «algún atributo o característica que les otorga una identidad social devaluada en un contexto social» (p. 505).
El estudio de la naturaleza del estigma y sus efectos psicológicos ha cobrado mucha importancia en los últimos años. Los medios de comunicación se hacen eco de ello. Mujeres que no pueden acceder a determinados puestos de trabajo, homosexuales que luchan por la igualdad de oportunidades, o inmigrantes que sufren agresiones por proceder de otros lugares, son algunos ejemplos.
¿Cómo explican las personas estigmatizadas la discriminación de la que son víctimas? El proceso atributivo, esto es, de búsqueda de las posibles causas de lo que nos ocurre, es un proceso cognitivo de gran interés para la Psicología Social. Si revisamos la literatura, uno de los factores que parece influir en las atribuciones que realizamos cuando tenemos que explicar por qué somos discriminados es la posición social que ocupamos, esto es, si disfrutamos o no de una posición privilegiada. Así, los miembros de grupos dominantes evitan creer que su superioridad es el resultado de injusticias o diferencias irracionales, y niegan la existencia de actitudes prejuiciosas, atribuyendo los resultados negativos de los discriminados a características internas de los mismos (Sidanius y Pratto, 1999). Por el contrario, los miembros del grupo discriminado tienden a explicar los resultados negativos a los que se enfrentan por el prejuicio que los otros manifiestan contra ellos (Kleck y Strenta, 1980).
Aunque la mayoría de los psicólogos sociales mantienen que el prejuicio y la discriminación son fenómenos que tienen efectos nocivos sobre los grupos desaventajados, hay menos consenso sobre las consecuencias psicológicas que tienen las explicaciones que los propios discriminados hacen sobre su situación. De hecho, existe un gran debate al respecto (para profundizar en él, véase Schmitt y Branscombe, 2002; Major, Quinton y Schmader, 2003) en el que se distinguen básicamente dos perspectivas. La primera sugiere que percibirse miembro de un grupo estigmatizado puede ser beneficioso, ya que ayuda a las personas estigmatizadas a atribuir las causas de resultados negativos a la discriminación y no a características internas propias. Según esta perspectiva, atribuir los fracasos a actitudes prejuiciosas de los demás puede proteger la autoestima de quienes sufren discriminación, ya que hace que no consideren su propia ejecución o valía personal como las causantes de su discriminación, evita que se culpen a sí mismos, y esto influye positivamente en su bienestar psicológico (Crocker y Major, 1989).
Por su parte, la segunda de las perspectivas afirma que ser consciente de que se es discriminado es pernicioso, ya que hace sentir a las víctimas que sus oportunidades son limitadas en comparación con las de los grupos privilegiados, crea sentimientos de desesperanza y depresión, y afecta a la autoestima, la sensación de control y el afecto de los individuos (Branscombe, Schmitt y Harvey, 1999; Schmitt y Branscombe, 2002). Según Schmitt y Branscombe (2002), las atribuciones a la discriminación no pueden considerarse atribuciones únicamente externas al actor, como afirman Croker y Major (1989), ya que contienen un componente interno. Por ejemplo, cuando un inmigrante es rechazado para cubrir un puesto de trabajo y éste lo atribuye al racismo del responsable de la selección, existe una atribución externa del resultado negativo: «el seleccionador es racista y por eso no me ha escogido». Pero también hay una atribución interna y estable: «No me han seleccionado por el color de mi piel, si mi color fuera otro, no me habrían rechazado». Es por ello que, desde esta postura, se mantiene que las atribuciones a la discriminación son más dañinas para la persona que las atribuciones puramente externas, ya que afectan a un amplio número de indicadores psicológicos del bienestar físico y personal del actor (Branscombe y col., 1999; Klonoff, Landrine y Campbell, 2000).
Dado que ambas perspectivas mantienen posturas opuestas sobre el efecto de las atribuciones a la discriminación y cuentan con apoyo empírico parece difícil concluir si los efectos de las atribuciones en las personas discriminadas son positivos o negativos. Además, otros autores proponen que la tendencia a hacer atribuciones sobre eventos negativos a la discriminación está moderada por variables como la asertividad o la percepción de autoeficacia que los individuos estigmatizados tienen (Lightsey y Barnes, 2007). En todo caso, los planteamientos anteriores enfatizan la importancia de las explicaciones que realizamos sobre los eventos que ocurren en nuestra vida diaria. Así, el análisis del proceso atributivo y otros procesos cognitivos relacionados con la discriminación es un campo de estudio de gran importancia en la lucha por la igualdad y el cambio social.
Referencias
Branscombe, N. R., Schmitt, M. T., y Harvey, R. D. (1999). Perceiving pervasive discrimination among African-Americans: Implications for group identification and well-being. Journal of Personality and Social Psychology, 77, 135-149.
Crocker, J., Major, B., y Steele, C. (1998). Social stigma. En: Fiske, S., Gilbert, D. y Lindzey, G. (Eds.) Handbook of Social Psychology, vol. 2, pp. 504-53. Boston, MA: McGraw-Hill.
Crocker J., y Major, B. (1989). Social Stigma and self-esteem: the self protective properties of stigma. Psychological Review, 96, 608-630.
Kleck, R. E. y Strenta, A. (1980). Perceptions of the impact of negatively valued physical caracteristics on social interaction. Journal of Personality and Social Psychology, 39, 861-873.
Klonoff, E. A., Landrine, H., y Campbell, R. (2000). Sexist discrimination may account for well-known gender differences in psychiatric symptoms. Psychology of Women Quarterly, 24, 93-99.
Lightsey, O. R. Jr., y Barnes, P. W. (2007). Discrimination, attributional tendencies, generalized self-efficacy, and assertiveness as predictors of psychological distress among African Americans. Journal of Black Psychology, 33, 27-50.
Major B., Quinton W.J., y Schmader T. (2003). Attributions to discrimination and self-esteem: Impact of social identification and group ambiguity. Journal of Experimental Social Psychology, 39, 220-231.
Schmitt, M.T., y Branscombe, N.R. (2002). The causal loci of attributions to prejudice. Personality and Social Psychology Bulletin, 28, 620-628.
Sidanius J., y Pratto F. (1999). Social Dominance: An intergroup Theory of Social Hierarchy and Oppression. New York: Cambridge Univ. Press.